martes, febrero 19, 2008

Ni olvido, ni perdón


Difícil el “target” que los publicistas de la última película de Tim Burton persiguen: adolescentes románticos y oscuros, góticos enamorados del universo burtoniano y… maduritos interesados en recuperar el género musical, aún en boga cuando eran chavales. Los primeros (las primeras, en realidad) suspiran por un Johnny Deep adentrado en una lozana cuarentena; los segundos entienden que el gótico y el musical hallaron su hermanamiento en El fantasma de la Ópera; y desde luego, Stephen Sondheim (el de Sweeney Todd, no el de A little night of music), no es ni Lloyd Webber, ni Rodgers y Hammerstein, ni… No obstante, la capacidad de epatar de Burton es amplia y abraza a todos aquellos que se dejen seducir por la lúgubre belleza de sus imágenes, por el descarnado retrato del desamor y las siempre eficaces interpretaciones del reparto de británicos habituales que apoyan a un actor fetiche entregado a su labor. Así, la pasión homicida del victoriano “serial killer” más popular tras el venerado ripper arranca aplausos entre un heterogéneo patio de butacas. Aplausos merecidos entre un público que quizás no se desplazó a Londres, ni tuvo la oportunidad de ver la versión con Constantino Romero, pero que suspiran porque, finalmente, este proyecto recayó en su deseoso director cinematográfico natural, aunque renuente casi siempre a un scope que otros cineastas que estuvieron en la lista de adaptadores no habrían deshechado. Pecata minuta para espectáculo tan prodigioso.